"Toma tu cruz y sígueme": abrazando la cruz en la misión

Oración Lectio Divina (Opcional)
  1. Lee Lucas 9, 23-25
  2. Medita las palabras.
  3. Háblale a Cristo sobre este pasaje.
  4. Descansa y escucha en la presencia de Dios.
  5. Comparte con otros.
Imagina a Jesús mirándote a los ojos y diciendo las siguientes palabras: “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga” (Lucas 9, 23). “El que no carga con su propia cruz para seguirme luego, no puede ser discípulo mío.” (Lucas 14,27).

Esas son las palabras duras que Jesús les dijo a sus discípulos originales. Y los derribó. ¿Cargar mi cruz?

Los cristianos de hoy tienen una cómoda familiaridad con la imagen de la cruz: tenemos cruces en nuestras iglesias, algunas personas tienen cruces colgadas en sus hogares, y algunos incluso usan cruces como joyería alrededor de sus cuellos. Pero ciertamente ese no era el caso en los días de Jesús. De hecho, en el mundo romano del primer siglo, la idea de la cruz era completamente abominable. La cruz era el instrumento de tortura, humillación y ejecución más terrible del Imperio Romano. El famoso antiguo orador romano Cicerón dijo una vez: “La misma palabra ‘cruz’ debería estar muy alejada no sólo de la persona de un ciudadano romano, sino también de sus pensamientos, sus ojos y sus oídos”.(1) Ni si quiera se quería pensar en la “cruz”.

Que sus discípulos tomaran una cruz y lo siguieran hubiera sido tan impactante como que le dijera a la gente en el mundo moderno que tomaran sus sillas eléctricas o tomaran sus guillotinas y lo siguieran. De todas las imágenes que Jesús podría haber usado para representar el discipulado, ¿por qué elegiría esta, la más horrible? Noé tiene un arcoíris. Moisés recibió una zarza ardiente. Los Reyes Magos consiguieron una estrella en el cielo. ¿Por qué los discípulos de Jesús reciben una cruz?

Porque, como veremos, es sólo a través de la cruz que encontramos nuestra máxima realización en la vida y experimentamos aquello para lo que estamos hechos: el amor total, perfecto y entregado de Dios mismo.

Reflexiona: Teniendo en cuenta este significado de la cruz del primer siglo, ¿qué crees que estaban pensando los apóstoles cuando escucharon a Jesús decirles que, si querían ser sus discípulos, tenían que tomar la cruz y seguirlo? ¿Qué hubieras pensado tú? ¿Esto te habría hecho dudar o reconsiderar tu llamado como discípulo? ¿Por qué o por qué no?

HECHO PARA EL AMOR

Cuando estás en la misión por el Evangelio, debes esperar pruebas, dificultades, obstáculos y rechazo. No te sorprendas cuando la misión requiera mucho de tu tiempo y energía, cuando la gente lo malinterprete, cuando la gente rechace tus invitaciones o se aleje del Evangelio. Jesús pasó por todo esto también, así que no debes esperar menos. Después de todo, Jesús prometió la cruz, no comodidad. ¿Pero por qué?

Todo tiene que ver con su amor. Para Jesús, la cruz es mucho más que una forma de ejecución. Es su revelación más completa de la vida interior de Dios, que tiene que ver con la total entrega de amor: “Dios es amor” (1 Juan 4,8). Por toda la eternidad, el Padre ama al Hijo y se entrega totalmente al Hijo. El Hijo, a su vez, ama al Padre, entregándose completamente al Padre, sin retener nada. Y este vínculo de amor entre el Padre y el Hijo es la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo. La vida interior de Dios como la Trinidad tiene que ver con el amor perfecto, infinito y abnegado.

Pero ¿qué sucede cuando el Hijo Eterno de Dios entra en el tiempo y el espacio y toma carne humana en Jesucristo? Continúa haciendo lo que ha hecho por toda la eternidad: entregarse en amor total al Padre. Pero en Cristo, el infinito amor divino del Hijo se expresa ahora en la naturaleza humana finita. Es como poner un globo en un hidrante de agua: el globo va a explotar. Cuando el amor infinito se expresa en nuestra humanidad limitada y finita, implicará sufrimiento, sacrificio, muerte: “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos” (Juan 15,13).

A través de la cruz, Dios revela más plenamente, su vida interior, que es el amor. Y en el proceso, nos muestra para qué estamos hechos. El Dios que es amor nos hizo a su imagen y semejanza. Nosotros, por lo tanto, estamos hechos para vivir como Dios, lo que implica amar como Dios ama. Tanto deseaba Dios aclararnos esto que tomó carne humana en Jesucristo y nos mostró cómo es su amor perfecto: amor de entrega total. Para eso estamos hechos. Estamos hechos para la cruz. En otras palabras, estamos hechos para dar nuestras vidas por completo como un regalo como lo hizo Jesús por nosotros en el Calvario.

Jesús mismo dijo, “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida la destruye; y el que desprecia su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna” (Juan 12,24-25).

Esta es la ley de la entrega. Escrito en el tejido de nuestro ser está este gran misterio del amor abnegado: cuando nos entregamos en amor a Dios, a la misión y a los demás, no perdemos nada, pero nuestra vida se enriquece profundamente y ganamos mucho, mucho más, porque vivimos conforme a la forma en que Dios nos hizo. De hecho, estamos viviendo como Dios mismo, a cuya imagen hemos sido creados. Por eso la Iglesia enseña que “el hombre… no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino a través de un don sincero de sí mismo”(2). En otras palabras, sólo cuando vivimos como el Dios-hombre, Jesucristo, dando nuestras vidas a Dios y a los demás en amor sacrificial, encontraremos nuestra verdadera felicidad en la vida.

Reflexiona: ¿Por qué es tan importante el amor abnegado? ¿Cómo has vivido esto en tu propia vida? ¿Cuáles fueron los efectos?

LA CRUZ: EL SIGUIENTE NIVEL DE DISCIPULADO

Los evangelios nos cuentan que grandes multitudes salieron a ver a Jesús a lo largo de su ministerio público. Muchos estaban entusiasmados con su predicación dinámica. Muchos otros lo siguieron de pueblo en pueblo porque estaban asombrados por sus milagros. Aún otros buscaron a Jesús porque podía sanar a sus seres queridos que estaban enfermos. Pero pocos estaban dispuestos a comprometerse y permanecer cerca de él cuando las cosas se ponían difíciles, cuando se requería una confianza y un sacrificio radical (Mt 8,19ss). La falta de verdaderos discípulos se hizo evidente el Viernes Santo. Si bien hubo grandes multitudes impresionadas por las muchas señales y maravillas que Jesús ofreció a lo largo de su ministerio público, no se les veía por ninguna parte en el Calvario. Sólo un grupo muy pequeño de seguidores permaneció con Jesús en su hora de mayor necesidad. En cambio, la multitud en Jerusalén ese día gritaba: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. (Juan 19,6).

Cuando comenzamos a crecer en amistad con Dios, nosotros, como las multitudes, a menudo nos sentimos atraídos por lo que Dios hace por nosotros: los beneficios de vivir una vida cristiana (mejores amigos, paz, ayuda con los problemas, un sentido de propósito, etc.) o las gracias que Dios da. Pero a medida que maduramos en la fe, Dios nos invita a pasar al siguiente nivel de discipulado, al siguiente nivel de amor. Nos invita a entregarnos completamente a Él, a amarlo y servirlo por Él mismo, no sólo por lo que Él hace por nosotros. Nos invita a amar como Jesús ama: incondicionalmente, sin esperar nada a cambio, hasta la cruz. Ese es el tipo de discipulado al que estamos llamados.

El demonio, sin embargo, odia que los cristianos empiecen a amar de esta manera radical, especialmente cuando están comprometidos con la evangelización. Cuando ve almas que comienzan a tomar el siguiente nivel de amor y discipulado incondicional, las tienta a buscar en cambio un amor egoísta: buscar lo que es más interesante, cómodo, agradable o ventajoso. En lugar de vivir como Cristo, el amor sacrificial y buscar oportunidades para vivir verdaderamente para Dios y para los demás, el diablo nos tienta a huir de la cruz y vivir para nosotros mismos.

Cuando nos enfrentamos a estas tentaciones del enemigo, es importante ver los desafíos en nuestra vida, no como problemas a resolver o como dificultades a evitar a toda costa, sino desde una perspectiva sobrenatural: como oportunidades para encontrar a Jesús en esos desafíos y crecer en amor y confianza en él. Huir de la cruz no sólo limitará nuestro crecimiento espiritual, sino que también nos hará menos efectivos como líderes y hará que nuestra misión sea menos fructífera.

Reflexiona: ¿Cómo estás tentado a evadir la cruz? ¿De qué manera luchas con el egoísmo en la misión en lugar de la entrega?

“SÁL DE TU CAMINO EN ASUNTOS PEQUEÑOS…”

En las relaciones, las expresiones de amor más profundas y duraderas no se encuentran en grandes eventos ocasionales (como cenas lujosas, aventuras, diamantes o vacaciones), sino en los pequeños y constantes actos de bondad: los pequeños sacrificios, las pequeñas formas en las que ponemos las necesidades de nuestro amado antes que las nuestras.

Lo mismo es cierto en nuestra relación con Jesús. La verdadera prueba de nuestro amor perdurable por el Señor no se encuentra en los grandes momentos, como cuando nos sentimos cerca de Él en un retiro o en actos esporádicos de generosidad y servicio. Más bien, la verdadera prueba de un discípulo se encuentra en los muchos pequeños actos de amor y sacrificios que podemos ofrecer a nuestro Señor cada día.

La negación a uno mismo, puede con- siderarse la prueba de si somos o no discípulos de Cristo.

San John Henry Newman
Considera cómo San John Henry Newman nos anima a encontrar pequeñas oportunidades cada día para negarnos a nosotros mismos y expresar nuestro amor por Jesús:

Levántate temprano en la mañana con el propósito de que (Dios mediante) el día no pasará sin tu entrega… Que el hecho de que te levantes de tu cama sea una entrega; que tus comidas sean una entrega. Determina ceder ante los demás en cosas indiferentes, desviarte de tu camino en asuntos pequeños, incomodarte a ti mismo. … Un hombre se dice a sí mismo: “¿Cómo voy a saber que hablo en serio?” Yo le sugeriría, Haz algún sacrificio, haz algo desagradable, que en realidad no estás obligado a hacer… para traer a tu mente que amas a tu Salvador, que odias el pecado, que odias a tu naturaleza pecaminosa, que has desechado el mundo presente. Así tendrás una evidencia (hasta cierto punto) de que no estás usando meras palabras.(3)

Alguien que crece al siguiente nivel de amor, al siguiente nivel de discipulado, hace todo lo posible para expresar el amor por Jesús cada día en asuntos pequeños. Podemos, por ejemplo, expresar nuestro amor en pequeños actos de entrega al cumplir con nuestros deberes en la vida: elegir trabajar en una tarea, aunque preferimos socializar un poco más; completar una tarea difícil en la oficina, aunque preferimos hacer los proyectos más fáciles primero; dejar de hacer lo que estamos haciendo en casa para cambiar un pañal o servir a nuestro cónyuge; ser fieles a la oración diaria incluso cuando estamos estresados y ocupados. Cumplir con nuestros compromisos básicos, aun cuando sea inconveniente o poco interesante, es una forma crucial de mostrar nuestro amor a Dios y al prójimo.

También podemos practicar la abnegación en nuestras palabras: no dominar la conversación, no hablar de nosotros mismos todo el tiempo, no chismear o criticar a otras personas, no quejarnos cuando las cosas se ponen difíciles (“Estoy tan cansado”; “Tengo hambre”; “¡Tengo tanto que hacer!”; “¡Este proyecto es muy difícil!”). Estos son pequeños actos de amor por Jesús y los demás que ayudan a fortalecer la comunidad con los demás.

Podemos practicar la abnegación en nuestras interacciones con los demás. Podemos elegir ser pacientes cuando otros nos frustran, perdonar cuando otros nos lastiman y ser generosos con nuestro tiempo cuando otros necesitan ayuda. Podemos practicar la abnegación en la mesa ayunando de vez en cuando: no comer tanto como nos gustaría, no comer entre comidas o renunciar a nuestra comida o bebida favorita. Incluso podemos practicar la abnegación con nuestras pantallas: eligiendo no perder el tiempo en nuestros teléfonos a altas horas de la noche o viendo atracones de nuestro programa favorito; eligiendo en cambio dar lo mejor de nosotros mismos a los demás y guardar nuestros teléfonos cuando conversamos con ellos.

Estos son sólo algunos ejemplos de las muchas formas en que podemos expresar nuestro amor a través de pequeños actos de abnegación. Cuanto más tomemos nuestra cruz a diario y sigamos a Jesús, más seremos como él y amaremos como él. Así es como sabemos que estamos viviendo verdaderamente como discípulos: estamos dispuestos a abrazar la cruz.

Reflexiona: ¿Cuál es tu actitud hacia la abnegación? ¿De qué maneras practicas la abnegación con regularidad? ¿En qué áreas de tu vida te resistes a la abnegación?

PONLO EN ACCIÓN

A medida en que buscas adoptar una nueva disposición hacia la abnegación y aprendes a abrazar las cruces en tu propia vida, el primer paso es reflexionar un poco. Separa un tiempo para la oración en el que examines las cruces en tu vida y reflexiones sobre cómo Jesús podría estar pidiéndote que respondas a ellas. Considera las siguientes preguntas:

  • ¿De qué manera tu vida espiritual o tu misión están aún enfocadas en ti mismo, en lugar de entregárselas a Cristo?
  • ¿Tu misión está impulsada por el amor o por lo que obtienes de él?
  • ¿Mantienes relaciones con personas que son diferentes a ti o que pueden malinterpretar tu fe? ¿O eliges asociarte con aquellos que con creencias similares?
  • Cuando encuentras desafíos en la misión (la gente no viene al estudio de la Biblia, la gente dice no al Evangelio o a una invitación), ¿te sientes desanimado o tentado a darte por vencido? ¿O perseveras y ofreces las pruebas por amor a las almas?
  • ¿Intentas esconderte de la persecución o el rechazo, o ¿Sigues buscando a los demás con un corazón de amor?
  • ¿Oras más por las diversas situaciones que quieres que Jesús cambie, o le traes las áreas oscuras de tu propio corazón a Jesús y le permites que las transforme como Él desea?
Después de tu reflexión, elije una forma en que puedes abrazar estas cruces y establece una meta de cómo lo harás todos los días.

CONCEPTOS CLAVES

Carga tu cruz: “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga” (Lucas 9,23).

Ley de la Entrega: Cuando nos entregamos por amor a Dios, a la misión y a los demás, no perdemos nada, pero nuestra vida se enriquece profundamente y ganamos mucho más, porque estamos viviendo la forma en la que Dios nos hizo.

RECURSOS ADICIONALES

  • A Witness to Joy by Servant of God Chiara Corbella Petrillo
  • CCC 599–618: Christ’s Redemptive Death in God’s Plan of Salvation and Christ Offered Himself to His Father for Our Sins

Notas:

(1) Cicero, “In Defense of Rabirius,” in The Speeches of Cicero, trans. H. Gross Hodge (Cambridge: Harvard, 1952), 467.

(2) Vatican Council II, Gaudium Et Spes, accessed February 12, 2020, Vatican.va, 24.

(3) St. John Henry Newman, “Sermon 5: Self-Denial, the Test of Religious Earnestness,Newmanreader.org, accessed February 10, 2020, http://www.newmanreader.org/works/parochial/volume1/sermon5.html.

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