Sacramentos: el poder sanador de la confesión

Oración Lectio Divina (Opcional)
  1. Lee Juan 8,8-11.
  2. Medita las palabras.
  3. Háblale a Cristo sobre este pasaje.
  4. Descansa y escucha en la presencia de Dios.
  5. Comparte con otros.
En el siglo IV de Milán vivía un talentoso profesor de retórica.

Mientras uno de sus padres intentaba continuamente que se convirtiera al cristianismo, él había decidido seguir algunas de las filosofías paganas de su época. Afortunadamente, a través de una serie de amistades, el profesor comenzó a reconsiderar el cristianismo y, con el tiempo, se convenció de que era verdad.

Sólo había un problema: su apego al pecado sexual lo abrumaba y le impedía convertirse.

El profesor trató de olvidarse de su lucha interna hasta que, un día, un simple cristiano llamado Ponticianus llegó a su casa para hablar de negocios. Al ver la copia del profesor de las epístolas de San Pablo, Ponticianus le contó la historia de cómo se había convertido a la fe católica. Mientras hablaban, el profesor recordó sus propias dificultades y se avergonzó de que él, que era mucho más inteligente, más exitoso y famoso, no pudiera hacer lo que su sencillo amigo había hecho noblemente: renunciar a sus pecados y empezar a vivir como cristiano.

Después de despedirse de Ponticianus, el profesor se fue a su jardín a llorar. Ahí se puso a considerar la elección que tenía ante sí: podía permanecer indeciso con su fe, creer en Dios en su cabeza, pero no seguir a Dios con su corazón y en su día a día, o podía cambiar su vida y comprometerse a seguir a Cristo.

Su mente comenzó a correr. Por un lado, su lujuria se burlaba de él: se dio cuenta de que, si elegía a Cristo, tendría que abandonar el pecado sexual para siempre. Por otro lado, la vida de castidad también comenzó a llamarle la atención: recordó a muchos cristianos y cristianas que pudieron superar la esclavitud de la lujuria porque Dios les dio la fuerza para hacer lo que no podían hacer por sí mismos.

Durante esta batalla interior, el profesor escuchó voces de niños jugando y repitiendo la frase “toma y lee, toma y lee”.

Las palabras de los niños lo inspiraron a tomar su libro de las epístolas de San Pablo y leer el primer pasaje que encontró. Leyó: “Comportémonos con decencia, como se hace de día: nada de prostitución y vicios, nada de pleitos y envidias. Más bien revístanse del Señor Jesucristo, y no se dejen arrastrar por la carne para satisfacer sus deseos” (Romanos 13,13-14).

Una luz de certeza inundó el corazón del profesor y todas sus dudas se desvanecieron. Se arrepintió de sus pecados, fue bautizado y finalmente se convirtió en sacerdote y luego en obispo. Se convirtió en uno de los más grandes santos y teólogos que la Iglesia haya conocido: San Agustín de Hipona. Su autobiografía — Confesiones, donde cuenta su historia — es uno de los libros más leídos de la historia.

Reflexiona: ¿Cuál es tu reacción inicial a la historia de San Agustín? ¿Conoces personas que batallan con asuntos similares hoy en día?

Dios no se cansa de perdonar, nosotros los que nos cansamos de querer su perdón.

Papa Francisco

ARREPENTIMIENTO

El arrepentimiento es una disposición clave en la vida cristiana. En las Escrituras, la palabra “arrepentirse” (metanoia) significa “dar la vuelta” o “regresar.” Implica un giro fundamental en nuestra vida, alejarnos del pecado y volvernos hacia Cristo. La Iglesia Católica lo explica así: “La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido.” (CIC 1431).

El arrepentimiento es necesario para permanecer en una buena relación con Dios, nuestro amoroso Padre y creador. El pecado en nuestros corazones debería causarnos un gran dolor porque el pecado nos separa de Dios. Nuestro pecado nos motiva a arrepentirnos para que podamos volver a la unión con él.

Pero el arrepentimiento no es un acto de una sola vez. Es un hábito continuo para un discípulo de Jesús que quiere crecer. La Biblia nos desafía, “Rasguen corazón” (Joel 2,13), lo que significa abrir nuestros corazones, mirar adentro y ver lo que realmente hay allí. Entonces debemos tener valentía de remover todo lo que no pertenece al corazón de un cristiano. Ya sean pecados grandes como la impureza sexual con la que batalló Agustín o los cientos de pecados menores que plagan a muchos cristianos: pequeños rencores que guardamos, una tendencia a quejarnos, envidia, egocentrismo, falta de bondad, falta de confianza, orgullo, desánimo, perder el tiempo ¡Todos tenemos muchos pecados en nuestro corazón de los que podemos arrepentirnos!

Pero hay varias cosas que pueden detenernos del arrepentimiento verdadero. Veamos tres.

Repentance is a key disposition in the Christian life. In Scripture, the word “repent” (metanoia) means to “turn around” or “turn back.” It involves a fundamental turning around in our life, turning away from sin and turning toward Christ. The Catholic Church explains it this way: “Interior repentance is a radical reorientation of our whole life, a return, a conversion to God with all our heart, an end to sin, a turning away from evil, with repugnance toward the evil actions we have committed” (CCC 1431).

Racionalización: No necesito arrepentirme

Primero, es posible que no pensemos que tenemos mucho de qué arrepentirnos. Nuestra cultura relativista a menudo evita hablar de lo que está bien o mal. Debido a esto, es fácil ver nuestras propias vidas y pensar: “Soy una buena persona. No he cometido ningún crimen grave. Todos los demás también lo están haciendo. Conozco a otras personas que son mucho peores que yo”. Pero Dios no califica en una curva. Los verdaderos discípulos de Jesús no tratan de racionalizar su pecado. Cuando una parte de nosotros siente que podríamos haber hecho algo malo o que estamos haciendo algo que va en contra de lo que Jesús y su Iglesia enseñan, el siguiente paso es arrepentirnos: admitir nuestra falta, confiar en la misericordia de Dios y tratar de cambiar nuestro comportamiento en lugar de tratar de justificar nuestros pecados, convenciéndonos de que lo que estamos haciendo está bien.

Miedo al arrepentimiento: ¡No quiero cambiar!

En segundo lugar, podemos tener miedo de dejar ir ciertos pecados. Agustín sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, pero no quería abandonar sus malos hábitos. Antes de su conversión, una vez incluso oró: “Señor, dame castidad… ¡pero todavía no!”.1 Nosotros también podemos tener miedo de renunciar a un pecado, tal vez porque tememos lo que otros pensarán de nosotros o nos preguntamos si la vida ya no será tan divertida. Pero necesitamos ver lo que Agustín llegó a ver: que el plan de Dios es para nuestra felicidad, y cuando seguimos el plan de Dios, siempre encontramos un gozo más grande que el que obtendríamos de cualquier otra manera, sin importar el costo. La alegría del Evangelio es mucho mejor que nuestros pecados.

Desesperación: no puedo ser perdonado

Tercero, podemos dudar de que seamos capaces de arrepentirnos. Al igual que Agustín, podemos creer que estamos tan esclavizados al pecado que cambiar nuestras vidas es imposible. Podemos retrasarnos y convencernos de que, tal vez más adelante, cuando tengamos nuestras vidas en orden, podamos arrepentirnos y creer en Dios. Jesús, sin embargo, no funciona así. No necesitamos “poner nuestras vidas en orden” para que podamos comenzar a vivir en amistad con Jesús; ¡necesitamos confiar nuestras vidas a Jesús para que él pueda poner nuestras vidas en orden! No podemos hacerlo por nuestra cuenta. Pero con su ayuda, podemos ser perdonados, cambiados y renovados.

A veces estamos tan avergonzados de nuestros pecados (pecados sexuales, adicciones, malos hábitos u otras ofensas graves) que pensamos que es imposible que Dios nos perdone. Sin embargo, esto es una mentira. De hecho, comparados con el océano de la misericordia de Dios, nuestros pecados son como una sola gota de agua. La misericordia de Dios envuelve totalmente nuestros pecados, por más graves que sean. Él siempre nos perdona cuando venimos en busca de su misericordia.

Reflexiona: Si tuvieras que abrir tu corazón y ver adentro de él, ¿qué debilidad encontrarías ahí que te separa más a menudo de Dios? ¿Cuál de estos tres obstáculos (la racionalización, el miedo a dejar ir ciertos pecados o pensar que no puedes cambiar) te impide un verdadero arrepentimiento?

CONFESIÓN

Un paso crucial hacia el arrepentimiento total es ir a la confesión. Para muchos católicos, la confesión es una de las experiencias más liberadoras y vivificantes de sus vidas. En lugar de aferrarse a la carga de su pecado y culpa, pueden dársela a Dios, quien no sólo los perdona, sino que también los abraza como un Padre amoroso y se regocija por su regreso a casa, tal como en la parábola de Jesús, el hijo pródigo (Lucas 15,11-32).

Para algunas personas, sin embargo, la confesión es aterradora e incomprendida. Puede que dudemos en confesar nuestros pecados, temerosos de lo que pueda pensar el sacerdote. O puede que no entendamos este sacramento, pensando: ¿Por qué confesarse con un sacerdote? ¿No es Dios acaso el que me perdona? O tal vez simplemente estamos nerviosos e inseguros de cómo hacer una buena confesión. Abordemos algunas de estas preocupaciones.

Primero, el sacramento de la reconciliación (confesión) es instituido por Cristo como el lugar al que quiere que vayamos para lidiar con nuestros pecados. Jesús dijo a sus apóstoles: “Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.” (Juan 20,22-23). Así como el Padre envió a Jesús para perdonar los pecados del mundo, así también sus apóstoles (y sus sucesores) están llamados a perdonar los pecados.

Pero ¿por qué Jesús lo dispuso de esta manera, en lugar de simplemente hacernos orar a Dios? ¿Por qué involucrar a un sacerdote?

Dios siempre ha utilizado a los seres humanos como instrumentos en su plan de salvación. Ya sea Moisés sacando al pueblo de Egipto o el profeta Elías resucitando a una niña de entre los muertos, Dios ha obrado a través de sus líderes humanos, incluso si son pecadores. Por lo tanto, no deberíamos sorprendernos cuando vemos que Dios todavía involucra a sus líderes, los sacerdotes y obispos, en su obrar hoy. Piensa en el sacerdote en la confesión como el instrumento de la misericordia de Dios, o, en palabras de San Pablo, “colaborador de Dios” (1 Corintios 3,9) – y teniendo un “ministerio de reconciliación” (2 Corintios 5,19). No es el sacerdote quien perdona nuestros pecados, sino Jesús a través del sacerdote.

Una segunda razón por la que la confesión es tan importante es que las Escrituras nos dicen que “Reconozcan sus pecados unos ante otros” (Santiago 5,16). Cuando verbalizamos nuestros pecados a otra persona, nos vemos obligados a enfrentar la verdad sobre nosotros mismos a un nivel mucho más profundo. Hablamos de nuestros pecados. Los nombramos. Y lo hacemos en presencia del representante de Dios aquí en la tierra, el sacerdote. También tenemos el privilegio de escuchar al sacerdote decir: “Tus pecados te son perdonados. Ve en paz.” Es muy importante escuchar esas palabras, tener la certeza de que Dios realmente nos ha perdonado. Algunos de los momentos más profundos en la amistad o el matrimonio vienen de cuando decimos: “Lo siento”, y escuchamos a nuestro amigo o a nuestro amado decir: “Te perdono”. Cuánto más profundo es cuando decimos las palabras “lo siento” no sólo en el silencio de nuestro corazón, sino en voz alta al representante de Dios, el sacerdote, y cuánto más hermoso es cuando escuchamos a Cristo decirnos a través del sacerdote: ¡Te absuelvo de todos tus pecados!

Una tercera razón para confesarse regularmente es que el sacramento nos da la gracia para sanar y superar nuestras debilidades. Dios no sólo perdona nuestros pecados en la confesión, sino que llega a la raíz de nuestros pecados y sana nuestras heridas más profundas. Esta es otra razón por la que debemos desear ir a confesarnos regularmente, al menos una vez al mes.

Finalmente, a veces las personas simplemente están nerviosas de ir a confesarse o no saben qué hacer una vez que llegan ahí. Hay muchas guías para la confesión disponibles; consulta la sección “Recursos adicionales” para ver alguna de las opciones. Mientras te preparas, ¡no tengas miedo de pedir ayuda! Los amigos, los líderes de tu iglesia o incluso el mismo sacerdote durante tu confesión pueden ayudarte a hacer una gran confesión.

Jesús no quiere que permanezcas atrapado en tu pecado. Él tiene un gran plan para ti. No dejes que tus pecados te detengan. Ve a Él en la confesión y recibe el perdón, la sanación y la gracia de Cristo para vencer tus debilidades.

Reflexiona: ¿Cuánto tiempo ha pasado desde tu última confesión? ¿Tienes alguna duda sobre la confesión? Tómate un tiempo para discutir cómo hacer una buena confesión y evitar lo que te esté impidiendo recibir este sacramento.

Avergüénzate cuando pecas. No te avergüences cuando te arrepientas.

  San Juan Crisóstomo

PONLO EN ACCIÓN

Si no te has confesado en un tiempo, considera cómo podrías participar de este sacramento pronto. ¿Cuándo ofrecen confesiones en tu parroquia o en una parroquia cercana a ti? ¿Cómo puedes prepararte? No dudes en comunicarte con un sacerdote si te sientes más cómodo hablando con alguien antes de ir. También puedes pedirle a un amigo que te ayude a prepararte y que te acompañe.

Si aún no te confiesas con regularidad, trata de hacer un plan para hacerlo al menos una vez al mes. Busca horarios de confesión y planea cuándo y dónde irás a confesarte.

Finalmente, busca un buen examen de conciencia que te ayude a prepararte. Consulta la sección “Recursos adicionales” de este artículo para obtener algunas sugerencias.

CONCEPTOS CLAVES

Arrepentimiento: La palabra “arrepentirse” (metanoia) dar la vuelta, alejarse del pecado y regresar Cristo.

Autoridad Apostólica: Jesús dio a sus apóstoles la autoridad para perdonar los pecados, y eso fue transmitido a sus sucesores a lo largo de los siglos a los obispos y sacerdotes de hoy: “Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.” (Juan 20,22-23).

Confesión frecuente: No sólo somos perdonados de nuestros pecados, sino que también recibimos la gracia para ayudarnos a superar nuestras debilidades y sanar las heridas del pecado en nuestras vidas.

RECURSOS ADICIONALES

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