Buscando un carácter como el de Cristo

Oración Lectio Divina (Opcional)
  1. Lee Mateo 19,16-20.
  2. Medita las palabras.
  3. Háblale a Cristo sobre este pasaje.
  4. Descansa y escucha en la presencia de Dios.
  5. Comparte con otros.
¿Qué más me falta?

Esa fue la sorprendente pregunta que un joven le hizo una vez a Jesús hace unos 2,000 años. El joven había sido un creyente fuerte en su fe, cumpliendo con todas las bases de lo que Dios requería de él según la ley judía. Pero en el fondo de su corazón, no quería hacer lo mínimo. Quería darle a Dios más de su vida. Cuando Jesús le recordó que siguiera los Diez Mandamientos, el hombre respondió notablemente: “Todo esto lo he guardado; ¿Qué más me falta? (Mt 19,20)

¡Qué joven aparentemente excepcional! Piénsalo: ¿cuántos de nosotros podríamos decir que ya estamos siguiendo todos los mandamientos de Dios? Pero eso no es todo. Este hombre no estaba contento con simplemente obedecer todas las reglas: hacer lo correcto, decir lo correcto, creer lo correcto. Afirmó que quería hacer aún más por Dios. Quería dar a Dios todo su corazón. Así que le preguntó a Jesús: “¿Qué más me falta?”

Esa es la misma pregunta que todo verdadero discípulo siempre debe hacerse: “¿Qué más me falta? ¿Cómo puedo amar más, servir más, confiar más? ¿Cómo puedo dar más de mi vida a Dios? ¿Cómo puedo vivir más como Jesús vivió?

Ser un discípulo de Jesús no se trata simplemente de marcar casillas (“Oré, fui a misa, dirigí un estudio bíblico, no caí en pecado mortal hoy”). No se trata simplemente de “hacer las cosas correctas”. Jesús nos invita a entregarle toda nuestra vida. Ser un discípulo se trata de nuestra transformación total en Cristo: un proceso de toda la vida, pero que nunca despegará si no tenemos un corazón generoso como el de este joven en Mateo 19.

Reflexiona: ¿En qué áreas de tu vida te esfuerzas para crecer en virtud, oración o amistad? ¿De qué maneras estás tratando de entregarte más completamente a Dios?

MÁS QUE BUENAS INTENCIONES

Este joven de la Biblia tenía aspiraciones nobles. Pero las intenciones sinceras no son suficientes. Tenemos que poner esas intenciones en acción. Desafortunadamente, la historia de este joven da un giro hacia abajo después de que Jesús le hace esta invitación: “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que posees y reparte el dinero entre los pobres, para que tengas un tesoro en el Cielo. Después ven, sígueme” (Mt 19,21). En lugar de seguir hasta donde su corazón generoso lo había llevado hasta ese momento, el joven de repente duda. Él se detiene. Ha recorrido un camino largo en su fe, y una parte de él quiere ir más allá, pero este es un paso que no está dispuesto a dar. En lugar de esforzarse por dar toda su vida a Jesús, retrocedió en su camino de fe y se conformó con la mediocridad: “se marchó triste; porque era un gran terrateniente” (Mt 19,22).

Vivir como un discípulo es una tarea difícil. Jesús quiere todo nuestro corazón. Él llama al joven rico y a todos nosotros a ser santos como Dios es santo y perfectos como el Padre celestial es perfecto (Mt 5,48). De hecho, la meta de la vida cristiana es ser conformados a la imagen de Cristo.

Reflexiona: ¿Por qué crees que el joven rico se negó a renunciar a todo? ¿Hay alguna parte de tu vida que te cuesta más darle a Jesús?

GRACIA SUBLIME

Pero toda esta charla sobre la perfección y la santidad puede ser abrumadora. Podríamos decirnos a nosotros mismos: “¡Tengo tantas deficiencias, tantas áreas en las que me falta mejorar! ¿Es esto realmente posible? ¿Puedo llegar a ser santo como Cristo es santo? ¿Puedo realmente llegar a ser perfecto?”

La respuesta es sí, pero no en la forma en que podríamos pensar. Estamos llamados a crecer en virtud y santidad. Pero la perfección no se logra a través de un perfeccionismo obstinado. Es una transformación que sólo puede llevarse a cabo a través del poder de la gracia de Dios.

Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y nuestros fracasos; al contrario, somos la suma del amor del Padre a nosotros y de nuestra capacidad real de llegar a ser imagen de su Hijo.

Papa San Juan Pablo II
“Gracia” es una palabra cristiana popular, pero pocos entienden lo que realmente significa y la diferencia que hace en nuestra vida diaria. En esencia, la gracia es la vida divina de Cristo en nosotros. ¡Es la vida misma del divino Hijo de Dios morando en nuestras almas!

Crecemos en gracia a través de la oración, la fidelidad y muy especialmente a través de los sacramentos. Al estar llenos de la vida de Cristo, cambiamos gradualmente y comenzamos a pensar más como Cristo. Empezamos a valorar lo que Él valora, a servir más como Él, a soportar más los sufrimientos como Él, a amar más como Él, porque es Cristo mismo ayudándonos a hacer cosas que no podríamos hacer por nuestra cuenta. Jesús quiere revivir su vida en nosotros a través de la gracia.

Para ilustrar el poder de la gracia en nuestras almas, los católicos a lo largo de los siglos han usado a menudo la imagen de una barra de hierro frío que se coloca en el fuego. A medida que el fuego calienta el hierro, el hierro comienza a adquirir las propiedades del fuego; se calienta y se pone rojo. La barra de hierro sigue siendo hierro, pero se vuelve como el fuego, incluso capaz de encender otros fuegos. A través de la gracia, algo similar comienza a suceder en nuestras vidas. Somos como el hierro, colocados en el fuego de la gracia de Dios, transformados, asumiendo las características de Dios: su amor, paciencia, misericordia y bondad (Gálatas 5, 22-23). Cuanto más permitamos que la gracia de Cristo nos transforme, más podremos decir con san Pablo: “Y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).

¿Estás orando y buscando este tipo de transformación en tu vida? ¿Recurres a la gracia de Dios para que te ayude a vivir más como Cristo? ¿Te estás volviendo cada vez más como Dios?

Sean ustedes perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el Cielo.

Mateo 5,48
Imagina por un momento que te encuentras con alguien que sabe muy poco sobre el cristianismo. Quieren entender a Jesús y la vida cristiana, y por eso deciden observarte. Se dan cuenta de la frecuencia con la que oras, cómo tratas a tus amigos y familiares, la forma en que hablas de otras personas, lo duro que trabajas, los programas que ves, la música que escuchas, lo que haces los fines de semana, lo generoso que eres con tu tiempo, cuanto te preocupas por los necesitados, como guardas tu pureza, todo. Después de observarte durante un mes, ¿tendría esa persona una buena idea de lo que significa ser cristiano? ¿U obtendrían una imagen sesgada y distorsionada?

Hay una historia de un campesino que viajó a Ars, Francia, para ver a un famoso sacerdote llamado San Juan María Vianney. Cuando el campesino regresó a casa, su fe fue renovada. Sorprendidos, sus amigos y parientes le preguntaron: “¿Pero a quién viste en Ars?”. Él respondió: “Vi a Dios, en un hombre”. La gente debería poder decir lo mismo de nosotros.
Reflexiona: Como hierro en el fuego, ¿cómo has asumido algunas de las “propiedades” del amor de Dios? ¿Consideras que tu vida como discípulo tiene que ver con este proceso de transformación en Cristo, o estás tentado a ver el ser discípulo como una actividad?

 

TRES ENEMIGOS: AUTOJUSTIFICACIÓN, AUTOSUFICENCIA, AUTOCONDENACIÓN

Hay tres cosas que nos impiden asumir el carácter de Cristo y crecer en santidad.

Autojustificación: Como el joven rico del evangelio de Mateo, nos convencemos de que no necesitamos hacer muchos cambios en nuestra vida. Nos conformamos con donde estamos ahora. No nos esforzamos por darle más a Dios.

Quizás una parte de nosotros ha sentido que necesitamos perdonar a alguien, servir más, ser más generosos con nuestro tiempo, hacer un cambio, renunciar a algo o dejar de hacer algo. Pero tenemos miedo: estamos demasiado apegados a nuestras costumbres, demasiado orgullosos para revelar nuestras debilidades, demasiado tercos para admitir que estamos equivocados o demasiado apegados que no podemos a renunciar a algo. ¿Qué podríamos estar tentados a hacer en estos momentos? Podríamos racionalizar nuestras debilidades y justificar nuestra falta de amor generoso. Nos decimos a nosotros mismos que lo estamos haciendo mejor que la mayoría de las personas: oramos, creemos en las enseñanzas de la Iglesia, vamos a la adoración, dirigimos un estudio bíblico. Somos lo suficientemente buenos. Realmente no necesitamos hacer más.

Al final, este tipo de autojustificación es una forma de encubrir nuestra pereza espiritual. Trata de ocultar el hecho de que nosotros, como el joven rico, simplemente no queremos hacer el esfuerzo, los sacrificios y los cambios que se requieren para tener una amistad profunda con Cristo. Como el joven rico, podemos practicar nuestra religión. Pero ¿estamos dispuestos a ofrecernos completamente como un regalo a Dios?

Autosuficiencia: Tal vez has tratado de dejar atrás tus pecados y seguir a Jesús por completo. O tal vez decidiste que nunca volverías a cometer cierto pecado y te has encontrado luchando y cayendo continuamente. ¿Por qué pasa esto?

A veces Dios nos permite seguir experimentando cierta debilidad para que crezcamos en la humildad y nos convenzamos profundamente de cuán incapaces somos de vencer nuestros pecados por nuestra propia cuenta. Como el P. Jacques Philippe escribe,

Muchas veces tenemos que experimentar fracasos, pruebas y humillaciones, permitidas por Dios, antes de que esta verdad se nos imponga, no sólo a nivel intelectual, sino como experiencia de todo nuestro ser. Dios nos ahorraría, si pudiera, todas estas pruebas, pero son necesarias para que nos convenzamos de nuestra completa impotencia para hacer el bien por nosotros mismos.(2)

Fácilmente podemos olvidarnos de cuán dependientes somos de Dios para todo, especialmente para desarraigar los pecados y crecer en santidad. Nuestra transformación en Cristo es imposible sin la ayuda de la gracia de Dios. Si tratamos de confiar en nuestras propias fuerzas y seguir nuestros propios horarios y planes sobre cómo alcanzaremos la santidad, estamos condenados al fracaso. Reflexionando sobre su pasado pecador, Santa Teresa de Ávila escribió: “La autosuficiencia es lo que me destruyó”.

Autocondenación: Cuando enfrentamos nuestros pecados y debilidades, podemos sentirnos tentados a frustrarnos con nosotros mismos o desanimarnos fácilmente al ver que no estamos progresando en la vida espiritual como esperábamos. Podemos decirnos a nosotros mismos: “¡Odio cuando hago eso! ¿Por qué sigo luchando con esto? ¿Cómo es que no estoy mejorando en esta área de mi vida?” Pensamientos desalentadores y autocondenadores pueden entrar en nuestras cabezas: “Soy lo peor. ¡Nunca voy a cambiar! ¿Por qué me molesto en intentarlo? Tales pensamientos, sin embargo, no son de Dios. Vienen del enemigo, el diablo. Él es aquel a quien la Biblia llama “el acusador” (Apocalipsis 12,10).

La autocondenación nos mantiene enfocados en nosotros mismos y derrotados. Nos impide volvernos a Dios con corazones humildes y contritos. Nos impide ver nuestras faltas como Dios las ve: no como el acusador, sino como un Padre amoroso que es “misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor en amor y fidelidad” (Ex 34,6).

Reflexiona: ¿Con cuál de estos enemigos batallas más? ¿Cómo puedes superarlos?

PONLO EN ACCIÓN

Comprométete a ser más como Cristo en un área de tu vida. Tal vez elije el área en la que pareces tener más dificultades. Luego, haz un plan para las próximas semanas que detalle cómo mejorarás para cambiar ese hábito o cómo te esforzarás por mejorar en esta área de tu vida. Considera:

  • ¿Cómo encontrarás la gracia de Dios más profundamente para ayudarte a vencer esta batalla? ¿Con qué orarás? ¿Cómo dejarás que los sacramentos te edifiquen en esta gracia?
  • ¿Qué tendrás que cambiar en tu horario? ¿Cómo vas a pasar tu tiempo de manera diferente?
  • ¿Qué tipo de responsabilidad podrías necesitar para perseverar en la superación de esta dificultad? ¿A quién acudirás cuando te sientas desanimado?
  • ¿Cómo sabrás que has tenido éxito en ser más como Cristo? ¿De qué manera al cambiar este hábito o alcanzar esta virtud te permitirá amar más libremente y vivir más como testigo de Cristo?

CONCEPTOS CLAVES

“¿Qué más me falta?”: A diferencia del joven rico de Mateo 19, los discípulos de Jesús deben estar dispuestos a renunciar a cualquier cosa que se interponga en el camino de una amistad más profunda con Cristo.

Gracia: la vida divina de Cristo en nosotros

Analogía del hierro en el fuego: Así como el hierro adquiere las propiedades del fuego, así los cristianos a través de la gracia santificante asumen el carácter de Cristo.

RECURSOS ADICIONALES

  • I Believe in Love: A Personal Retreat Based on the Teaching of St. Thérèse of Lisieux by Fr. Jean C. B. d’Elbee
  • Searching for and Maintaining Peace by Jacques Philippe
  • Back to Virtue: Traditional Moral Wisdom for Modern Moral Confusion by Peter Kreeft
  • The Imitation of Christ by Thomas à Kempis

Notas:

(1) Jean-Baptiste Chautard, The Soul of the Apostolate (Charlotte, NC: TAN Books, 1946), 122.

(2) Jacques Philippe, Searching for and Maintaining Peace: A Small Treatise on Peace of Heart (Staten Island, NY: Alba House, 2002), 4.

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